
CALL: Veïnfília
Subiendo las escaleras de casa – algo que casi nunca hago, ya que son seis pisos hasta el ático –, me detengo a observar, por un tiempo breve que no interrumpa el ritmo constante de la dura ascensión, las once puertas con sus respectivos felpudos, antes de introducir la llave en mi puerta y limpiarme los zapatos en mi felpudo.
Imagino las historias detrás de las puertas que marcaron en la elección de esos felpudos, y una vez más me encuentro frente a la paradoja del gato de Schrödinger: si no tengo pruebas de las realidades ajenas, estoy legitimada a creer en mi versión de los hechos.
Mi percepción es mi realidad, mi realidad es mi verdad, irrefutable, al menos hasta el momento en que llame al timbre de cada vecinx pidiéndole que me invite a una taza de café y me cuente su vida.
Una eventualidad tan improbable como que el café que me ofrezcan sea un buen café, considerando que vivo en España - un país notable por otras cualidades.
Es una verdadera pena que tal eventualidad sea improbable; me refiero a visitar a un vecinx, no al café: para disfrutarlo basta con añadir un poco de leche (de avena, nr).
Desde mi llegada a Barcelona, hace dos años, siempre he vivido aquí, en el Barri Gòtic, que, a decir verdad, no tiene mucho de gótico y aún menos de barrio; la historia arquitectónica y urbanística de la Ciutat Vella está indisolublemente ligada a la historia política de una ciudad que, en el último siglo, ha sufrido un cambio tan drástico que ha dado lugar, al principio de los 90, al llamado “Modelo Barcelona”.
Sin embargo, no estoy aquí para darles una lección de historia, ni de urbanismo, ni de sociología urbana, sino solo para quejarme, que es mucho menos agotador y más satisfactorio.
“No és turismefòbia, és veïnfília” aparece ahora escrito en los muros y en banderolas colgadas de los balcones.
Vivo entre guiris, es decir, lxs turistas que abarrotan Las Ramblas y alimentan la turismofobia (o vecinofilia) catalana. La definición más o menos aceptada de la palabra guiri que encontré en Internet es la siguiente: “persona con rasgos predominantemente nordeuropeos cuya piel blanco pálido se torna roja como un camarón al exponerse al sol de las hermosas playas españolas”.
El punto es que lxs guiris hoy no son solo blancxs, no son solo ricxs, ni van solo a la playa a asarse bajo los rayos UV: todxs somos guiris.
La sociedad capitalista de consumo nos convierte a todxs en huéspedes no deseadxs sin que nos demos cuenta. En los últimos años, ¿te has ido de finde a una ciudad cualquiera con un vuelo low-cost de Ryanair, durmiendo en un apartamento barato encontrado en Airbnb, tachando frenéticamente la lista de lugares imprescindibles y haciendo cola para comer en un restaurante solo porque lo leíste en la primera guía online que apareció cuando buscaste “Qué hacer en dos días en…”? Felicidades, te has ganado la medalla de oro.
¿Nunca has hecho nada de esto? Te felicitamos, igual te has ganado una medalla de bronce. ¿Por qué? Porque desde hace tiempo ya no existe un turismo sostenible.
Para hacerlo sostenible, primero tendría que dejar de llamarse turismo.