CALL: El dilema Marlon Brando

Corría el año 2018, vivía en un enorme y destartalado apartamento en el antiguo gueto judío de Ferrara, en el número 26 de Via Vignatagliata; lo habíamos apodado Vigna; éramos seis personas con seis habitaciones, pero nunca éramos menos de ocho o nueve, entre novixs, visitas, invitadxs a comer o cenar, y compañerxs de universidad con quienes pasábamos noches enteras haciendo maquetas inútiles para los cursos de diseño - con gran asombro de lxs compis de piso que estudiaban enfermería, incapaces de entender nuestras noches en vela.

Por el estado en el que se encontraba, prácticamente era una okupa, con la diferencia de que pagábamos una cantidad irrisoria de dinero a un propietario fantasmal al que esperábamos no ver nunca, porque de ningún modo habría querido encontrarse esa casa llena de gente y trastos.

Entre los trastos, nuestro mayor orgullo – como en toda convivencia universitaria que se precie – era el lujoso surtido de pósteres, carteles, notas y postales pegados en cada superficie vertical libre; entre ellos destacaba una gigantografía en blanco y negro de un joven Marlon Brando, metida en una horrorosa funda de plástico transparente (casi opaca, en verdad), entre una radio de principios de los años 2000 y el ramo seco de la última graduación.

En aquel entonces, mantenía una relación con un chico muy cinéfilo, cuando un día los medios italianos volvieron a hablar de una película que había causado escándalo ya en su estreno, más de cuarenta años antes: Último tango en París (Last Tango in Paris). En 1972, la película fue censurada en Italia por considerarse una ofensa al sentido común del pudor y rehabilitada para su distribución once años después. Pero el motivo por el que se volvió a debatir sobre el filme era otro: no la inmoralidad de las numerosas escenas eróticas – afortunadamente, en 2018 se habían hecho avances al respecto –, sino la falta de consentimiento de la actriz de 19 años, Maria Schneider, en la tristemente célebre escena de sexo anal.

Sin entrar aquí en todos los detalles de las controversias (existe una página de Wikipedia dedicada a profundizar en el tema), quería presentarles el llamado dilema Marlon Brando.

Este dilema surgió en la comunidad de Vignatagliata entre lxs fanáticxs del séptimo arte y lxs feministas en ciernes, generando un debate tan acalorado que tuvimos que acuñar una expresión específica para describirlo: ¿qué hacer entonces con el póster de Marlon Brando en la cocina?

Por un lado, había quienes defendían la gran relevancia artística del producto cinematográfico, la irreverencia del guion y la intensidad dramática de la historia; por otro, estábamos quienes – como yo – teníamos serias dudas sobre elogiar algo (o a alguien) que esencialmente perpetuaba la cultura de la violación dentro del sistema patriarcal, legitimándola a través del arte.

En aquel momento, estaba en clara minoría y mis argumentos seguían siendo débiles. Sin embargo, logramos llegar a un acuerdo y deliberamos un juicio unánime. Ante cuestiones de este tipo, desafortunadamente no existe un protocolo fijo que aplicar, sino que hay que considerar una multiplicidad de factores.

En primer lugar, es importante distinguir dos grandes casos:

  • Si la persona que cometió un abuso sigue viva:

    • Dejar de consumir su arte (no financiarlo, no ir al cine a ver su última película, no escuchar su música en plataformas, etc.).

  • Si la persona que cometió un abuso está fallecida:

    • Dejar de consumir su arte si cualquier financiación puede seguir beneficiando, de algún modo, a ciertas personas o grupos, o fomentar discursos de odio.

A estas dos categorías se suman unas postillas, como por ejemplo:

  • Si se consumen uno o más productos artísticos de la persona en cuestión (fallecida) creados antes de un escándalo, entonces se concede un indulto al artista bajo la presunción de inocencia.

  • Si se consume uno o más productos artísticos de la persona en cuestión (viva o fallecida) creados después de un escándalo, entonces se concede un indulto a quien los consume, siempre y cuando rece un padre nuestro, tres ave marías y pague una ronda de copas para toda la casa.

Como pueden ver, el decreto que surgió era bastante elaborado, pero sin duda no contemplaba todas las posibles combinaciones circunstanciales.

En los últimos años, con las tormentas mediáticas provocadas por las polémicas en torno a figuras del espectáculo – también hijxs sanxs del patriarcado –, me he visto a menudo obligada a sacar a relucir el dilema Marlon Brando, incluso con personas que se declaran feministas.

La reciente controversia de Chiara Valerio y Leonardo Caffo en la feria Più libri Più liberi, celebrada del 4 al 8 de diciembre de 2024 en Roma, es un ejemplo.

Una amiga me dice que habríamos dejado de leer a Pasolini o de escuchar a Miles Davis si nos guiáramos por los escándalos y chismes de la época; yo creo que, en cambio, somos hijxs del patriarcado, sí, pero sobre todo somos hijxs de nuestro tiempo. Un tiempo en el que se puede (y se debe) cuestionar la ética de artistas e intelectuales en relación con comportamientos sexistas, racistas, homófobos y transfóbicos, precisamente porque – como nos enseña el feminismo decolonial – no se puede separar el saber del sentipensar.

Por supuesto, no existe un manual de la buena feminista, y esperamos que nadie se atreva a escribir uno. Como ha dicho Fabrizio Acanfora en sus declaraciones al retirar su participación en la feria Più libri Più liberi – parafraseando a Giulia Siviero, quien habló de la práctica de la sustracción –, a veces es necesario renunciar a ocupar un espacio como forma de protesta, “para vaciar simbólicamente esos espacios y llevar el discurso a otros lugares, donde la reflexión crítica no sea neutralizada por el sistema y sus dinámicas”. Esto también se aplica al consumo de productos artísticos y culturales, además de aplicarse a los espacios donde supuestamente se producen: en fin, dejemos de ver Último tango en París (o hagámoslo con espíritu crítico; al fin y al cabo, el protocolo mencionado contempla la absolución por buena conducta). Hay muchas otras películas que merecen nuestra atención y que nos merecemos mirar.

¿Se preguntan cómo terminó el asunto del póster?

Era un Marlon Brando muy joven, retratado en blanco y negro, vestido tiernamente con ropa de marinero; decidimos conservarlo, pero dándole la vuelta, cara a la pared, como si estuviera castigado. En el reverso escribimos las razones por las que lo hacíamos: no queríamos reproducir el ostracismo de la cancel culture, sino que lo definimos como un gesto de activismo para todxs lxs habituales de la comunidad de Vignatagliata.